Homilía de vísperas en el Santuario de Misericordia de Reus

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(Reus, 8 de diciembre de 2015)

Es para mí un consuelo muy grande encontrarme esta tarde con vosotros en este Santuario de Virgen de Misericordia para celebrar la liturgia de las Vísperas solemnes de la Inmaculada. Con María nos unimos a la acción de gracias de la Iglesia por el Jubileo de la Misericordia. Esta mañana, en San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco ha tenido la alegría de abrir la puerta santa, «la puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza» (MV 3).

Si Dios quiere el próximo domingo abriré la puerta santa en la Catedral de la archidiócesis. Es una celebración a la que todos estáis invitados: ir a la Catedral es ir a la Iglesia madre, en la casa de todos. De esta manera, tal como lo dispone el Papa, la gracia del Jubileo se hará presente en todas las Iglesias locales del mundo. «Cada Iglesia particular, por tanto, será directamente comprometida a vivir este Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual» (MV ibid.).

También en esta celebración leeremos el decreto firmado por mí por el que se dispone que el Santuario de la Virgen de Misericordia de la ciudad de Reus sea una iglesia jubilar. Por razón del nombre y de la significación no podía ser de otra manera. Como dije el día de la fiesta de la Virgen de Misericordia, encomiendo a los sacerdotes ya los cristianos de Reus este santuario, en el que todos los que peregrinos puedan encontrar el signos de la misericordia del Padre del cielo. Sobre todo que encuentren la gracia del perdón por el sacramento de la reconciliación.

María, en el umbral del Nuevo Testamento, proclamó la misericordia de Dios en el Magnificat. El amor de Dios es de siempre y dura siempre. Cierto! La misericordia no viene de nosotros. La misericordia viene de Dios, la misericordia es Dios mismo. El amor es el nombre de Dios. Esta misericordia se ha manifestado de manera culminando en la cruz del Señor y de allí «se extiende de generación en generación» hasta nosotros. María Inmaculada, en pleno camino del Adviento, aparece como la Puerta del cielo abierta por la que la misericordia de Dios se hace presente en la tierra.

Cuando leíamos la Bula del Papa Misericordiae Vulture nos alegraron estas palabras: «La madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina para que participó íntimamente en el misterio de su amor» (MV 24). Ella fue la primera que experimentó la misericordia del Señor desde el primer instante de su Concepción Inmaculada, ella custodiar en su seno esta misericordia y la dio al mundo. María es la primera del pueblo de la fe que participa del amor del Señor, lo acoge, el vivo y el testimonio. Ella nos hace descubrir que «la primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo» (MV 12). Que este santuario de la Virgen sea el signo visible que la Iglesia es casa de misericordia para todos, que acoge a todos y no excluye a nadie. Una Iglesia que muestre el amor preferencial por los pobres y en la que todos puedan encontrar el amor de Dios que consuela, da esperanza y fortaleza, un amor que siempre es concreto. Como dice el Papa: «El amor, en definitiva, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano» (MV 9). Ciertamente el amor nunca es para los cristianos un principio ideal, es siempre concreto. Si dices que amas pero no amas a nadie concreto, no amas a nadie. Es bajo la mirada de la Virgen que aprenderemos a ser misericordiosos como el Padre y lo manifestaremos con la práctica de las obras de misericordia, para que los hombres alaben al Padre del cielo, no a nosotros. «Como ama el Padre, así estiman los hijos. Como él es misericordioso, así somos llamados a serlo los unos con los otros» (MV ibid.). Ella nos enseñará a vivir la bienaventuranza en la que nos hemos inspirar durante este Año Santo: «Bienaventurados los misericordiosos porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7).

Os pido, hermanos y hermanas, no sólo que vosotros viváis el Jubileo extraordinario de la Misericordia, sino que seáis invitación para muchos el vivan. La puerta santa de la misericordia está abierta para todos. Hágalo conocer y sed apóstoles y misioneros de la misericordia de Dios.

Termino citando de nuevo la Bula del Papa: «Dirigimos a ella la oración antigua y siempre nueva de la Salve Regina, para que no se canse nunca de girar hacia nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, el su Hijo Jesús» (MV 24). En la paz de esta tarde, pues, en este santuario querido y con el canto de Vísperas damos de todo corazón gracias a Dios por el don del Jubileo y para poder vivir esta hora de la vida de la Iglesia.

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