Estimado Capítulo de la Catedral, sacerdotes concelebrantes, diáconos, religiosos y religiosas, hermanas y hermanos en Cristo muerto y resucitado,
Tenemos realmente un gran deseo de acción de gracias en esta celebración por el don del Jubileo de la Misericordia que hoy y en esta celebración clausuramos en la archidiócesis. Es un agradecimiento que en nombre de todos haré llegar al papa Francisco. Este Jubileo ha marcado diferencia: ciertamente toda la Iglesia ha hablado, ha profundizado y ha vivido el Evangelio de la Misericordia. También nosotros, y por eso quiero agradecer todas las iniciativas que se han hecho en nuestra archidiócesis para celebrar el Jubileo, de manera particular, además del Capítulo de esta Catedral, doy las gracias a los santuarios de la Virgen de misericordia de Reus, de la Virgen de Montserrat de Montferri y de la Virgen de la Sierra de Montblanc, que han acogido a los peregrinos que atravesaron la Puerta Santa que entra hacia dentro de Dios en el perdón, en la paz , en la comunión eclesial. Ruego que todos los peregrinos que han acudido a estos lugares encaminen sus pasos hacia la Jerusalén del cielo, en la santidad y en la práctica de las buenas obras. María, con su mirada, nos ha acompañado y nos acompañará siempre en esta peregrinación hacia Dios.
Hemos recibido el perdón y la paz, hemos recibido la sobreabundancia de la indulgencia de Dios, acompañada de todo el amor que la Iglesia (Esposa de Cristo) tiene al Señor y que él reparte tanto entre los vivos como entre los difuntos. «De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia» (Jn 1,16). La puerta del Jubileo se cierra, pero no la misericordia de Dios.
Ahora se cerrará simbólicamente el Jubileo (hoy a todas las Iglesias diocesanas y domingo en Roma), pero no se cerrará nunca la puerta de la misericordia de Dios, que permanecerá abierta como una fuente que brota incesante e inagotable del corazón abierto de Jesucristo. Me complace leer las palabras del papa Francisco en la Misericordiae Vulture: «Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin cesar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, por muchos que sean los que se acerquen. Cada vez que alguien tendrá necesidad podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Es insondable la profundidad del misterio que esconde, es inagotable la riqueza que de ella proviene »(MV 25).
Me pregunto: Después del Jubileo, ¿qué debemos hacer? Nos encontramos como María: ¿Qué debo hacer con este amor tan grande manifestado en Cristo y en el Espíritu Santo? No podemos hacer otra cosa que vivirlo, que se nos ponga más y más dentro del corazón, tal convierta en una herida en el alma. Los cristianos seremos siempre los que hemos conocido el amor de Cristo y este amor siempre nos urge a llevar este amor a todos y para todos: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído» (1 Jn 4, 16).
Amor que es deseo de oración y de adoración, amor que es voluntad de hacer apostolado y de hacer conocer a Jesús a todos, amor que nos lleva a los hermanos pobres para servirlos, amor que nos lleva siempre a los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía. Allí la misericordia deja de ser una palabra y por el don del Espíritu Santo se convierte en una realidad divina entregada a nosotros, como perdón y comunión con el cuerpo de Cristo, pan del cielo, prenda de la vida eterna.
Hemos proclamado una parte del llamado discurso escatológico de Jesús. De alguna manera profetiza que los cristianos tendrán que vivir en un mundo que conoce todos los acontecimientos luctuosos de la historia, un mundo donde se desencadenan las fuerzas del Mal e incluso los cristianos mismos serán incomprendidos y perseguidos. Muchas veces es así porque la mentira no soporta la verdad y el odio no soporta el amor, como la tiniebla no puede resistir la luz.
Es una historia ciertamente verificable no sólo en el pasado, sino también en nuestros días. En esta historia presente, tal como nos ha alertado el Señor, tendremos que mantener firmes en la fe y no caer en la tentación de que este o aquel otro son los salvadores del mundo. Sólo Cristo es el Señor, sólo él salva. Siempre desde la conciencia de que «sufriendo con constancia a ganar para siempre nuestra vida».
En esta historia donde está el sufrimiento de muchos, y sobre todo el terrible sufrimiento de los inocentes, los cristianos no debemos perder la esperanza y como una ola que viene del cielo los cristianos tendremos que llevar el bálsamo de la misericordia, que es contraria a la injusticia, y de esta manera podremos cantar que: «la misericordia de Dios es eterno.» Así termina la Misericordiae Vulture el Papa. Cómo podríamos cantar la misericordia eterna de Dios si nosotros no la vivimos? Es una historia en la que el Señor nos ha de decir «que será una ocasión propicia de dar testimonio» y en la que no tenemos que tener miedo porque Cristo ha vencido el mundo.
Jesús anuncia en este evangelio la destrucción del templo de Jerusalén «No quedará piedra sobre piedra.» Tampoco quedará nada de una Iglesia cerrada sobre sí misma que ha perdido el gusto por evangelizar, paralizada por las dificultades o con unos pastores que no vivan apasionadamente el amor de Cristo en su interior.
Una parroquia es un lugar donde la Palabra de Dios es proclamada y la eucaristía recibida, y, por tanto, es un lugar donde las inquietudes, todas animadas por el Espíritu Santo, deben ser vividas. Cuántas veces pienso: No desea decir que podríamos trabajar más? Queréis decir que ya hacemos todo lo que podemos?
Que la misericordia de Dios que hemos celebrado en este Jubileo nos preserve, tal como nos ha dicho San Pablo, de vivir ociosos. Los cristianos -obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, laicos y laicas- tenemos mucho trabajo por hacer, tenemos mucho a testimoniar. El mundo y la sociedad nos piden este testimonio del Dios vivo y de la fuerza salvadora del amor, la única que puede salvar el mundo. Que podamos hacer nuestras las palabras tan bonitas de San Pablo: «El amor de Dios nos empuja» (2 Co 5,14); una Iglesia que ama y canta la Vida que Cristo nos ha dado.
Y por último, dando gracias a Dios Padre deseamos que el Jubileo santo de la Misericordia sea motivo para que la Iglesia en todo el mundo sea renovada en el Espíritu Santo y que la paz, la deseada paz, sea dada al mundo ya nuestra sociedad. Que las palabras de la primera lectura se realicen para nosotros y en nuestra Iglesia: «Para vosotros, que temen mi nombre, saldrá el sol de la felicidad y sus rayos serán saludables.» Ya sería una gracia muy grande que hubiéramos aprendido todos, aunque sea sólo un poco, que debemos ser misericordiosos como el Padre.
Tenemos aquí ante la imagen de la Virgen del Claustro. Esta mañana he tenido el placer de celebrar la clausura de su Novena. Dice el Papa en la bula Misericordiae Vulture que «la dulzura de la mirada de María, Madre de Misericordia, nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios» (MV, 24). Yo pido hoy a María que esta dulce mirada nos acompañe siempre. Amén.
Catedral de Tarragona, 13 de diciembre de 2015