El papa Francisco, en la Bula Misericordiae Vultus anota este pensamiento: «La misericordia es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida».
Mirar al otro con simpatía, esta es la ley del cristiano que nace del mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo. Mirarle y tratarle con simpatía, sin juzgarle si no nos corresponde, y acogiéndole por encima de posibles fallos que haya tenido.
En Darlington, población del norte de Inglaterra el alcalde John Morel se encontró a un joven que conocía y que acababa de salir de la cárcel, donde permaneció tres años por malversación de fondos. «¿Qué tal? ¿Cómo va todo?», le saludó sonriendo. El ex presidiario, incómodo, prácticamente pasó de largo. Pero un tiempo después, ya del todo rehabilitado y sereno, volvió a encontrarse con el alcalde y le dijo: «Quiero darle las gracias por lo que hizo por mí». «¿Qué hice?» – preguntó. «Saludarme».
La Iglesia siempre ha considerado que la parábola del hijo pródigo es una de las más bellas del Evangelio, precisamente porque en ella el padre de la familia aplica el perdón inmediato a su hijo menor cuando vuelve a casa. Nos emociona imaginarlo saliéndole al encuentro, abrazándole lleno de alegría, sin querer oír siquiera las palabras que el hijo había ensayado para decirle a su vuelta: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti…».
Juan XXIII, como guía de actuación para el Concilio que acababa de convocar invitó a aplicar «la medicina de la misericordia más que las armas de la severidad». Y el papa Francisco recomienda a los confesores que acojan a quienes acudan a ellos como el padre del hijo arrepentido que vuelve a casa y es recibido por la alegría de haberlo encontrado. Pero añade: «No se cansarán de salir al encuentro también del otro hijo que se quedó afuera, incapaz de alegrarse, para explicarle que su juicio severo es injusto y no tiene sentido delante de la misericordia del Padre que no conoce límites».
El sacerdote espera al pecador consciente de que la misión que Cristo le encomendó no es castigar, sino perdonar. Y como el sacerdote, cualquier seglar debe adelantarse a pasar por alto cualquier afrenta, evitando además clasificar a los hermanos en buenos y malos, en dignos e indignos, pues por todos murió Jesucristo y a todos alcanza la redención.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado